El misterio de Inmigrandia
Nadie ha podido aún explicar de forma convincente qué fue lo que sucedió en Inmigrandia ese fresco mediodía de un invierno sin personalidad. Los mismos habitantes del pueblo no saben explicarlo, pues para ellos nada sucedió. Pero los pueblos vecinos si pueden decir lo que vieron, y de ese testimonio surge este relato.
Ese viernes, el bullicio diario del pueblo, que se podía escuchar desde lejos, fue decreciendo hasta apagarse en menos de un minuto. Las conversaciones telefónicas con gente del exterior quedaron mudas en los extremos dentro del pueblo. Las transmisiones radiales se cortaron y fueron reemplazadas por estática. De la eterna guerra entre las hormigas blancas y las negras, una nueva battalla se libró en la pantalla de todas las transmisiones televisivas originadas en ese pueblo. Los eternos humos que emergían de las chimeneas de las industrias se fueron extinguiendo. En síntesis, todo signo de actividad humana que se podía apreciar desde la distancia desapareció.
Por el espacio de aproximandamente una hora, los pueblos vecinos buscaron en vano signos de que la normalidad volvía a apoderarse de la situación. Cuando ya se estaban organizando grupos de exploración, el silencio que subía desde el valle donde se asienta Inmigrandia hasta las sierras circundantes donde están los pueblos vecinos fue súbitamente desplazado por miles de alaridos y gritos.
Si uno hubiera tenido el privilegio de observar la zona desde arriba, uno casi podría haber percibido cómo, instintivamente, los pueblos vecinos querían alejarse de Inmigrandia, dejando un hueco al medio como una gran pupila dilatándose por el miedo. Preventivamente, los grupos de exploración fueron llamados de vuelta y nunca fueron enviados otra vez.
Durante las siguientes dos horas nada pasó, excepto por las olas de especulaciones tratando de explicar lo inexplicable. La gente de los pueblos vecinos siguieron con sus actividades, pero siempre atentos a cualquier novedad.
El cambio por fin se produjo. El silencio derivado de la falta de actividad humana se tornó en otro más denso, deprimente, como de luto. Los habitantes de Inmigrandia se despertaron suavemente, como de un sueño, pero con la terrible sensación de que habían tenido una pesadilla. Sin cuestionarse mucho, se fijaron en la hora, revisaron mentalmente sus agendas y volvieron a sus actividades correspondientes a la ya entonces hora de la siesta.
Las investigaciones posteriores incluyeron métodos poco ortodoxos como la hipnosis, la lectura de la borra del té de boldo, que, a diferencia de la borra del café, sirve para leer el pasado, y el análisis de las raíces del pelo, como cuando se cuentan anillos en los troncos de los árboles o el análisis de los hielos permanentes. Ninguna arrojó datos concluyentes. Las cintas de las cámaras de seguridad estaban en blanco es ese período, y no se encontraron otros registros que se pudieran considerar confiables.
El misterio quedó planteado. Mucha especulación siguió desarrollándose en los siguientes meses, pero el tema se fue enfriando a medida que pasó el tiempo. Antes del año, ni siquiera los medios más amarillistas dedicaban espacio al tema. Sólo hubo recordatorios en los primeros aniversarios, pero actualmente ya ni se lo menciona.
Los únicos que recordamos; o más bien no recordamos, pero que nos afectó desde entonces, hemos sido los habitantes de Inmigrandia presentes durante el suceso. Sólo espero no haber hecho nada terrible en esas tres horas perdidas de mi vida.