Fiebre
Siento que la lluvia me llama, pero cuando me levanto descubro que es el arroz cocinándose a fuego lento. Ya está listo.
Le bajo la fiebre al huevo duro en el chorro de agua fría de la bacha. Lo desnudo con cuidado y lo aplasto y lo parto y lo desmenuzo.
No es la mejor cena que he comido, pero es un poco de comida en tantos días de sudores, delirios y toses. Mi boca no siente el gusto; será porque no le puse sal. El estómago agradece, Bernardo, y se lanza a desmenuzar y triturar y disolver el ya desmenuzado, triturado y disuelvo huevo y el resto de los ingredientes.
Ya no es la lluvia, es la cama la que me llama, y el malestar me zumba al oído que ya es tarde, que nos dejemos de joder. Me resisto un poco, pero cómo hacerlo a ese dulce zumbido de los 38 grados producido por el viento en los oídos de tanto volar.
Me hago un bollo y me apago. Los ángeles vendrán más tarde y me arroparán, pero les juro que no iré hacia la luz.
Algún día resucitaré definitivamente y todo esto será como una vieja pesadilla que sólo traemos a colación porque no tenemos nada más interesante que contarle al psicólogo, que duerme en su silla, el grabador sobre la mesa y las manos fláxidas desde haber tenido la libreta y la lapicera listos para escribir.
1 Comments:
«Mi boca no sientre el gusto.»
Será la fiebre... :)
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