Tuesday, January 24, 2006

Ruinas

El siguiente relato está basado en hechos reales. Cualquier semajanza con la ficción es una clara demostración de que hay escritores sádicos.


Estaba tranquilo en mi casa, tomando mate en una siesta de Diciembre, una siesta templada de otro mes. El día pintaba hermoso, un cielo prístino, casi nada de tránsito que berree encaprichado por la falta de fluidez, la tele pasando películas decentes, suficientemente buenas como para que alguien solo se siente a verlas. El mate no se me lavaba, cosa rara para un inepto en estas cuestiones como yo; en fin, parecía que la vida me sonreía.

`Nothing last forever in the cold november rain´ reza la canción. No era noviembre ni, como ya dije, estaba lloviendo, pero es cierto que nada dura. De vaya a saberse dónde salió un viento ululante, caluroso y lleno de tierra, como si el mismísimo Mefistófeles hubiera eructado sobre una mesa olvidada en una casa abandonada hace mucho tiempo. Me levanté corriendo a cerrar las ventanas, cuando el timbre me paró en seco. Pasada la sorpresa, me asomé y grité a quien entuviera abajo:

- ¡Ya voy!

Seguí cerrando ventanas y por fin bajé a abrir. Tras la hoja de la puerta me esperaba el perfil de El Rengo, el dueño del departamento. A pesar del apodo, el tipo tenía una pata de palo. Y apesar de esa pata de palo, el hombre era un pirata. Un pirata de los negocios inmobiliarios. Poseía varias viviendas en la zona y a todas les sacaba un buen jugo. Con ello se financiaba su vida viciosa, derrochando en alcohol, mujeres y sánguches de mortadela y salsa golf. De vez en cuando compraba repuestos para su pierna ortopédica. Ortopédica porque de orto que era del tamaño justo, de tanto usarla la rompía cada tanto, y de pedo que gastaba dinero en ella.

- Necesito hablar con ustedes -fue lo que dijo sin siquiera saludar. Era su costumbre hablar cuando le era necesario, sin pedir permiso si interumpía una conversación, y esperaba que uno le diera toda su atención inmediatemente. No sé qué pasaría si uno no lo hacía, pero como parecía que no sería muy agradable, nunca me propuse averiguarlo.

Lo hice subir a nuestro departamento. En esa época yo vivía con dos changos más en un bonito departamento cerca del centro de la cuidad. Por una de esas cosas del destino habíamos conseguido que el alquiler fuera decente, no tan alto como los otros que manejaba El Rengo. Él, a pesar de su aspecto de hombre poco respetuoso de las leyes, estaba obligado a seguirlas al pié de la letra, por lo que no se animaba a faltar a las cláusulas del contrato. Se decía que una ex-esposa abogada lo perseguía constantemente en busca de una falla que lo meta en la cárcel o le resultara en un perjuicio económico, y que estaba dispuesta a llevarlo a juicio por el sólo hecho de verlo sufriendo en la corte. El hombre, apegado a sus vicios, y temiendo no poder costearlos, no se dejaba atrapar. Sólo la muerte de uno de los dos podría acabar con ese juego. Yo creo que esa ex-esposa era a lo único que le temía.

El Rengo no esperó que terminara de cerrar la puerta para espetarme las novedades:

- Voy a construir otro piso arriba. Empezamos la semana que viene. Vamos a necesitar pasar materiales, vamos a hacer una escalera aquí -dijo haciendo ademanes vagos hacia un extremo del living-, vamos a correr esa ventana y esa puerta -las señaló: la ventana del living y la puerta de una de las piezas-. En 5 minutos viene el arquitecto para que les explique en detalle.

Cerró su boca y se puso a contar pasos y hacer marcas en el piso. Cada tanto miraba de una punta a la otra y parecía que medía cosas con las manos. Mientras yo trataba de asimilar la información y adivinar a qué se refería, y dilucidar si sería una broma de mal gusto, llegó El Arquitecto. Su aspecto era dispar. Por un lado estaba bien vestido, aunque de forma informal. Por otro, no se estaba quieto y constantemente miraba por encima de su hombro como esperando ver a alguien saltar de las sombras, cuchillo en mano, gritando imprecaciones, para clavárselo por la espalda. Hablaba con fuerte acento del campo y realmente no daba la impresión de haber obtenido un título de forma legal.

Saludó con la mano blanda, cosa que nunca me gustó mucho que me hicieran. Rápidamente volvió a contarme lo que harían:

- Lo que vamos a hacer es lo siguiente: Vamos a levantar una pared acá- dijo señalando una línea que prácticamente partía nuestro living en dos-, de este lado -dijo ahora señalando la parte que quedaba en la mitad donde desembocaba la escalera que daba directamente a nuestro departamento- vamos a hacer una escalera. Como los espacios no dán, vamos a tener que correr esa puerta para allá y esta ventana para acá -haciendo aspavientos con sus manos nuevamente hacia la mitad que quedaría del otro lado de la pared ya no tan imaginaria-. En su reemplazo, vamos a poner una ventana acá y además una puerta que los separe de la escalera.

La cabeza me daba vueltas. Para afirmar sus palabras, me extendió un papel donde estaba esbozado el resultado que querían. Recordando mi infancia en la que quería haber sido arquitecto, traté de descifrar los garabatos. No eran más que una serie de líneas tiradas con lo que parecía ser lápiz de albañil o, peor, un trozo de carbón, sin pies ni cabeza. Le dí un par de vueltas y hasta traté viéndola al trasluz.

Exasperado, El Arquitecto me quitó el papel y con brusquedad repitió la explicación señalando vagamente los trazos. Yo seguía sin hacerme una idea. Una neurona alcanzó a salir de us estupor, se puso un equipo de buceo y se sumergió en mis recuerdos. Al rato, no mucho, tal vez una fracción de segundo, vieron cómo suelen ser de rápidas las neuronas, emergió con una sonrisa, de la forma que sólo las neuronas pueden sonreír a pesar de no tener boca, mucho menos cara, y un recuerdo en uno de los axones. Lo arrojó con fuerza y fué a dar a mi hueso frontal, del lado de adentro, el lugar donde siempre proyecto mis recuerdos y fantasías.

El recuerdo era uno de mi adolescencia. Yo aún vivía con mis padres, y decidieron reformar la cocina. Recordé los albañiles y sus caprichos y sus tiempos, cómo la obra casi lleva a mi madre al suicidio y a mi padre al asesinato y el canibalismo. Recordé a mi hermano menor llorando, los dos zurcos de agua dibujándose nítidamente en el polvillo depositado en su cara. Recordé el gato que perdimos ahogado en una trampa de arena movediza en el patio, resultado de una lluvia de marzo sobre los materiales olvidados a la intemperie. De alguna forma, estos recuerdos me hicieron reaccionar. Ya no importaba qué iban a hacer, sino cómo:

- Este.... ¿cuánto creen que van a tardar?- Antes de escuchar la respuesta ya había levantado los brazos protegiéndome la cara, como quien reacciona a un gato que le salta a la cara.

- Dos meses -dijo El rengo. Sabía que iba a ser una cosa por el estilo.- Claro que aprovechamos que ustedes vuelven a sus pagos y nos dejan el departamento. Cuando vuelvan va a estar todo listo.

- ¡Pero si nosotros vivimos acá! -grité histérico- No tenemos a dónde ir, no hay hogar que nos espere en otro lado. No somos estudiantes que volvemos con nuestras familias en enero. De hecho yo trabajo desde mi pieza. Y de todas formas ¿cómo pretende que le dejemos el departamento unos extraños? ¡Ésta es nuestra casa!

- Podemos hacerlo en cuatro días -dijo El Arquitecto, tras pensarlo un poco-. En un día levantamos la pared, hacemos las puertas y ventanas. Al día siguiente revocamos y esperamos el tercero a que se seque. Al cuarto pintamos y limpiamos. A partir de entonces hacemos el resto arriba y ustedes ni se enteran. Accedemos al piso de arriba con un andamio.

No podía creer mis oídos. Nuevamente me sentía mareado, pero más parecido al mareo por la excesiva ingesta de alcohol que al producido por una amputación de cerebelo. Una sonrisa quiso esbozarse en mi cara pero el shock de la noticia inicial no la dejaba.

- ¿En serio? ¿Sólo cuatro días? ¿Nada más? -me postré a sus pies, lágrimas rodando por mis mejillas- ¿Está usted seguro?

- Hombre, no hay porqué hacer tanto escándalo. Es el procedimiento normal para estos casos. Tiene usted mi palabra. Una semana después de que hayamos empezado ustedes se habrán olvidado de nosotros. Nos vemos el lunes.

Sin esperar una respuesta, se retiraron y me dejaron solo, llorando de alegría. Cuando me hube calmado avisé por teléfono a mis compañeros. Teníamos unos días de gracia antes de que empezara.

- O -


El lunes no llegaron. LLegaron el martes, sin el andamio. Comenzaron subiendo material a un cobertizo que hicieron en el techo. De hecho, estuvieron tres días subiendo material. Para ello atravesaban todo nuestro departamento, entrando por el living, agarrando por el pasillo hasta la cocina y el comedor, donde estaba la escalera a la hasta entonces pero ya no más terraza. En el camino iban dejando huella de su paso. Huellas que se marcaban en el cemento y la arena que iban dejando a su paso. Y por supuesto, desaparecieron tan rápido como vinieron sin atinar a limpiar. Al final del primer día la casa estaba hecha un asco.

Al segundo día ya tenían una polea con la cual podian subir material directamente desde la vereda. Lo hacían a paso de babosa renga trepando una pulida pared de granito una noche húmeda de verano, pero se las arreglaban para que los materiales se bambolearan, golpeando contra la pared a través de los dos pisos de recorrido. Una de las veces hicieron uso de todas sus habilidades para lograr que uno de los ladrillos ingresara ilegalmente a mi habitación a través de el vidrio de la ventana, el cual respondió a la intrusión haciéndose añicos. Con más susto que valentía salí a increpar a los autores del hecho, pero me ignoraron olímpicamente. No eran sordos, pues escuchaban la radio todo el día, pero es como si yo no hubiera existido. Al rato de patalear me cansé y subí a barrer los vidrios.

Luego llegó el día más complicado de todos: el día que destruirían mi living para hacerme otro. Llegaron con el alba, silenciosos, casi sigilosos. Comenzaron quitando la puerta de la habitación. El golpeteo de la maza y el cincel retumbaba en toda la casa, en mi cabeza y en mi paciencia. Opté por los tapones de silicona de uso industrial, similares a los que usan los conductores de fórmula uno. La pared fue cediendo, el polvillo fue avanzando, el ruido iba in crescendo, el calor de la mañana iba subiendo y mi posibilidad de laburar desde casa se derretía a mis pies. Mientras hacían los huecos para las ventanas y la puerta comenzaron a construir la pared ¡sobre el mismísmo parquét! Ante mis desorbitados ojos El Arquitecto indicaba cómo debían hacerlo. Luego de meditarlo (para alguna definición de ello; seguro si me tomaban la presión, la última palabra que aparecería en la mente del doctor sería `meditación´, excepto como tratamiento a mi condición), me dije una frase que, por un lado salvaría nuestra sanidad mental, y por otro le daría al Rengo un as-en-la-manga recurrente en las negociaciones porteriores: ésta no era realmente nuestra casa, nosotro sólo alquilábamos; la obra era de El Rengo, no nuestra.

No fué hasta un par de horas más tarde, luego de demoler el nuevo espacio para la puerta e intentar ponerla de nuevo, que se dieron cuenta que no se habían asegurado que el marco no perdiera escuadra. Lo mismo pasó con la puerta que pusieron entre le ex-nuestra escalera y nuestro living, o lo que quedaba de él. Sumado a que toda la cuadra es una falta de escuadra, mi casa parecía entonces una obra producto de la cruza entre los dibujos de Escher y el más-allá burocrático de Beetlejuice.

- O -


En las subsiguientes semanas (porque fueron semanas; paré de contar a las seis, pero definitivamente no fueron cuatro días) la obra fue avanzando hacia dentro de mi casa, no hacia arriba como era el plan original.

Después de tardar 2 días en levantar la pared y hacer jugarretas con las aberturas, comenzaron a hacer un agujero en el techo para poder acceder a la terraza sin tener que pasar por nuestra casa. Parecía realmente que nos los habríamos sacado definitivamente de encima, y que la paz volvería al departamento. Sin embargo, la puerta de ingreso fue tan mal puesta que por debajo de ella ingresaban escombros. Pronto tuve un paisaje marciano en mi living, al punto que uno de los rovers (el Spirit, creo) pasó despacito, entrando y saliendo también por debajo de mi puerta. Todavía guardo en alguna caja olvidada la foto que tomé de las huellas que dejó, porque cuando volví con la cámara ya se había ido.

Esa noche diluvió. Cayeron baldazos, perros, gatos, soretes de punta, piedras, nieve, piedra de nuevo, más soretes (diarrea no, por suerte... o no, quién sabe), de todo. El hueco lo habían tapado muy prolijitamente con un plástico. Prolijidad que obviamente era inútil y hasta inspiradora de falsa confianza, como el maquillaje en las mujeres. El agua entró por cuanta rendija encontró. La que alguna vez había sido nuestra escalera se convirtió en el delta del Ganges-Brahmaputra en plena avalancha de barro. Un pobre bangladeshiano pasó rodando escaleras abajo. Como es costumbre para estos residentes de asia, un viento huracanado volvió a mandarlo escaleras arriba y vaya a saberse dónde despues, mientras nosotros sacábamos agua que invadía nuestro reducido living. Finalmente el plástico cedió y una columna de agua digna de El Abismo serpenteó escaleras abajo, buscando la calle con avidez. Nunca la volvimos a ver.

- O -


Tiempo después vinieron los pintores. Éstos eran mucho mas detallistas que los albañiles, pero igual de sordos. Sin embargo, hicieron un buen trabajo; dejaron el living y la pieza de punta en blanco. Tampoco volvimos a verlos. Lástima, parecían buena gente.

Este apego que parecíamos sentir debió ser captado por los albañiles. Dispuestos a ayudarnos, decidieron poner manos a la obra. Comenzaron demoliendo una pared que terminaba en T con una de una pieza. Justamente uno de los ladrillos que se hundían en la pared transversal era de esos sobrecocidos. Unos los reconoce porque tienen un color más oscuro que el ladrillo común. Todo el mundo sabe que están hechos de una mezcla sinérgica de adamantium, diamante y hormigón, o al menos eso parece. Pensando que sería bonito que volviéramos a ver a los pintores, decidieron picar este ladrillo, en particular de costado, como golpeando en la base de la T hacia arriba. El ladrillo puede haber estado hecho de la aleación mencionada, pero el revoque del otro lado no.

Nunca ví que a una pared le saliera un chichón porque la golpearan, más bien lo contrario; el chichón suele quedar en la mano, cabeza o pié del perpetrante. Ésta demostró que uno no lo ha visto todo hasta que lo ha visto todo, y aún así sólo debe esperar un poco para ver cosas nuevas.

Tuvimos que parar a los albañiles, que ya habían asaltado el congelador con la excusa que necesitaban el hielo para bajarla hinchazón. La hinchazón mecionada, la de la pared. Yo tengo la teoría que el calor les había hecho mal, o tal vez ya venían así de antes. El hielo fué sacado y la hinchazón tuvo que ser bajada a golpe de maza y cincel. La pared recién pintaba, prístina como había estado, lucía ahora una mancha gris, como un lunar que se hubiera desbocado y planeara instintivamente acabar con todo el blanco a su alrededor.

Al tiempo tocó una limpieza. Háganse de esta imagen: todos los días estaban picando algo, revocando algo, mojando algo, rompiendo algo. Cualquier intento de limpieza era más fútil de lo cotidiano. Los alabañiles tampoco le ponían mucho esfuerzo a la limpieza. En síntesis, nuestra casa era un chiquero. No podíamos lavar los platos sin tener que secarlos inmediatamente y guardarlos; no podíamos colgar ropa (la terraza no era opción porque ya no existía) y el piso no se mantenía limpio porque no había cómo limpiarlo. Cada vez que pasabas la escoba o implemento de limpieza de turno, era cuestión de segundos para que estuviera igual o peor que antes. Esa situación duró el tiempo, expresable en semanas, que tardaron los albañiles en perder el interés de destruir nuestra vivienda y ponerse a construir la otra, cosa que estoy convencido que hacían sólo por el placer de volver a romperla, y no porque les pagaran para hacerlo.

El Arquitecto contrató a una chica para que viniera a limpiar. La pobre víctima tocó el timebre tempranito en lamañana. Yo para esa época estaba acostumbrado a dormir poco pero profundo. Cierto es que aún cuando estuvieran haciendo un pozo con un martillo neumático en el parquet de mi pieza, cosa que no puedo negar que haya pasado, yo podía seguir durmiendo sin mosquearme; era el calor el que me tiraba de la cama.

Levantado hacía rato como estaba, bajé a abrirle. Preguntó por el paradero de El Arquitecto, y frente a mi ignorancia (no tenía yo porqué saberlo) decidió ir echando un vistazo. La cara se le fué ensombreciendo a medida que subía las escaleras, y una arruga de preocupación se le cavó entre las cejas. Cuando llegó a nuestra nueva puerta y miró al pseudo-living, perdió por completo la compostura y echó a correr.

El Arquitecto llegó en el momento preciso en que ella salía a la carrera por la puerta de ingreso, saltaba haciendo una mortal por encima de un auto que pasaba casualmente, caía en la vereda opuesta y corría a velocidades warp calle arriba, esquivando gente, salteando cochecitos, y agachándose frente a las ramas bajas de los árboles que se le interponían amenazantes en su camino a la sanidad mental. Dobló la esquina y siguó corriendo avenida arriba. La agarramos a las 3 cuadras, después de que al mirar para atrás para ver si la perseguían, cosa que hacíamos, se estrolara contra una columna de alumbrado público, torciéndola sobre la calzada.

La pobre piba, tras depertarse y exigir más dinero, lavó con esmero todo lo que le dijimos que tenía que lavar. Cosa que no era tan difícil de decir, pues consistía en la totalidad del interior de la casa, incluyendo muebles y qué no. Es otra de las persona a las que les guardé respeto. Cuando finalizó le pedí su teléfono y le prometí que se lo daría a quien necesitara de servicios como los que acababa de dar. No sirvió de mucho, se vé: amaneció muerta, con una nota al lado de su cuerpo, explicando su decisión de quitarse la vida somo solución a las secuelas que le quedaron de ese día. Yo no entiendo cómo nosotros no llegamos a la misma conclusión.

- O -


Podría seguir contando más anécdotas, pero bastantes sesiones de terapia me costó tratar de olvidarme de ellas. Al no conseguirlo, opté por vivir con ellas, pero como no pagaban su parte del aquiler y vivían haciendo fiestas por las noches, decidí echarlas a la calle. Sí recuerdo vívidamente el descenlace.

Estábamos discutiendo con El Rengo y El Arquitecto sobre las consecuencias psico-económicas del emprendimiento, consecuencias sobre nosotros los inquilinos. La discusión había ido subiendo de tono, llena de acusaciones cruzadas, epítetos irreproducibles, blandimiento de todo tipo de objetos como si fueran armas. Yo, perdiendo la calma por completo, me lancé en un monólogo contra El Rengo en el que me descargué de todas las peripecias que habíamos tenido en ese tiempo. No podría recordar exactamente cómo venía el monólogo, pero sí cómo terminó:

- ... y si no me cumplís con los plazos, te voy a agarrar una noche en una esquina y te voy a hacer comer la pata de palo. De hecho...

Acto seguido procedí a arrancársela y alimentásela por la boca, a pesar de sus protestas y de que El Arquitecto trataba de detenerme. Los chicos al principio se quedaron mirando, luego decidieron poner manos a la obra y se cargaron a El Arquitecto. No sé exactamente qué le hicieron; todo lo que sé es que hubo un cuchillo carnicero involucrado. Cuando yo terminé con El Rengo sólo quedaban pocas cosas reconocibles de ambos. Los restos los metimos en el espacio bajo la nueva escalera y lo tapamos con unas gomaespumas y escombros que ya habían puesto ahí.

Al día siguiente, cuando vinieron los albañiles, y antes de que pudieran ver nada, les regalamos una caja de vino "por el buen trabajo que venían haciendo", dicho con la mayor cara de póquer que pudimos poner. Yo casi exploto en carcajadas histéricas. Luego me enteré que uno de los chicos había llevado el cuchillo de carnicero y en ese momento casi lo utiliza para descuartizar a los albañiles también, pero que se quedó en el molde al ver que nos eran necesarios para que terminaran con la escalera.

Los albañiles, sorprendidos, abrieron la caja y se la bajaron con un asadito de falda que hicieron. No notaron las extrañas manchas en el piso, mezcla de polvo de ladrillo, cal y sangre. A la hora estaban trabajando alegres (en varios sentidos); parecían los 7 enanitos trabajando en la mina de la película de Disney. Ese día terminaron la escalera y se retiraron temprano; a dormir la mona, me supongo.

Como El Arquitecto dejó de venir, los albañiles siguieron el ejemplo. A los dos días ya no venían a despertarnos, tocando el timbre porque el que tenía llave se había quedado dormido y el resto quería empezar a trabajar. Al tercero a la noche nos mudamos sigilosamente de allí, abandonando tras nosotros los muebles que ya no servían por haberse arruinado con la mugre y la humedad fruto de la obra, justo cuando los cuerpos comenzaban a heder a través de la pared.

- O -


Nunca volví a ver la casa, pero me han dicho que un hongo, resultado seguramente de la cruza genética entre las manchas de humedad y las bacterias que descompusieron los cuerpos, se fué extendiendo por las paredes hasta el punto en que la casa era una sola bola de filamentos grises ceniza y naranja fuerte, como el que crece si se dejan grandes cantidades de yerba de mate en un recipiente. Luego se fue derrumbando y al tiempo ni los escombros quedaro, como si hubiera implotado cual estrella masiva convirtiéndose en un agujero negro. En su lugar hay ahora un cementerio de mascotas.

Nunca hubo una investigación policial, al menos que yo sepa sobre la desaparición de El Rengo y El Arquitecto. Se vé que nadie extrañó a ese par de sujetos.