Thursday, September 14, 2006

Juicio

- ¿Cómo se declara el culp... el acusado?

El abogado ignoró la insinuación y se levantó de su silla. A su izquierda, el acusado, con el correspondiente bozal electrónico, estaba callado e inmóvil. Del otro lado del pasillo, el fiscal esbozó una sonrisa. Mas allá, el jurado permaneció impertérrito.

- Para el cargo de inactividad continua en la vía pública con agravantes -recitó el abogado-, el acusado se declara inocente. Él declara que sólo estaba paseando. Para el cargo de contaminación involuntaria prolongada, el acusado -levantó los ojos al techo, buscando el recuerdo en la luz fluorescente- se declara culpable -suspiró-, pero con atenuantes. Su largo paseo en horas del mediodía le hizo sudar en exceso. Para el cargo de espionaje militar -esta vez utilizó la cuenta de dedos como mnemotécnico- se declara inocente. El acusado declara una pasión por los aviones, y que sólo tomaba fotografías de los aterrizajes y despegues. Para el cargo de... -dudó; bajó su mirada en busca de la del acusado, quien no se la devolvió, pues miraba un más allá próximo- ... de invasión de propiedad privada -recordó súbitamente-, el acusado se declara culpable, pero con el atenuante de que no había ni alambrados ni carteles que marcaran tal situación. Para el cargo de exposición indecente en la vía pública, el acusado alega que sólo se había sacado la remera y se declara inocente. Para el cargo de insolvencia para los costes administrativos de un arresto, mi cliente... -aquí el juez hizo una mueca como si oliera bosta- perdón, el acusado se declara culpable. Si bien no es atenuante, el acusado me ha pedido que exprese que un corto paseo, que por distintos motivos se convirtió en uno largo, no representaba para él una oportinudad para interactuar con el estado -sus palabras- y mucho menos un arresto. -Cerró la boca con un chasquido y se sentó con un gesto de estar extenuado, tanto como puede estar un robot.

El juez emitió un sonoro suspiro de fastidio. Los jurados se acomodaron en sus asientos. No volaba ni una mosca, pues las moscas habían sido exterminadas hacía rato ya. Sólo se oía el bisbiseo del aire acondiciondo. El juez se reclinó en su asiento y bebió lentamente de su vaso. Finalmente, sin decir una palabra, cedió con sólo un gesto de su mano izquierda, la palabra al fiscal.

Éste se levantó, hizo como que se acomodaba la corbata -que no tenía-, se aclaró la garganta -que siendo de aleación, carecía de mucosas- e inició su perorata de cara al jurado.

- Señores y señoras del jurado, hemos visto -no, no habían visto nada- cómo el acusado decidió ignorar sus obligaciones laborales y salir a errabundear por el pueblo; cómo con su cámara fotográfica estuvo registrando, para su posterior análisis, las maniobras en la ex base militar; cómo con su negligencia en materia de aseo estuvo contaminando espacios abiertos con pestilencias -hizo una pausa para atuzarse la nariz, aunque no hubiera en el ambiente rastros de humo, única cosa que podía detectar con sus sensores-. Hemos visto también cómo el a-cu-sa-do -remarcó cada sílaba golpeando la palma de su mano izquierda con el índice de la derecha- invadió propiedad privada e incluso dañó sembrados, aunque la fiscalía no haya presentado cargos por falta de pruebas -esta muestra de honestidad hizo reflexionar al juez sobre si no era hora ya de actualiar el fiscal-, e incluso puso en peligro vidas ajenas al caminar por el borde de una autopista, llamando la atención con su desubicación y su torso desnudo, desconcentrando a los asombrados conductores, aumentando la probabilidad de accidentes en una zona con tanto tráfico. Por último, no cabe agregar nada sobre su falta de dinero, pues ya se ha declarado culpable. -Dibujó una sonrisa en su cara de maniquí y se sentó.

El juez, siempre con el fastidio que emanaba de su persona, dirigió su mirada hacia el jurado, quien lentamente fue dándose cuenta de que era su turno. Para muchos, el verdadero catalizador fue la mirada cargada de súplica que les dirigió el acusado. El que era barman se despertó por el codazo que le propinó su esposa, sentada al lado de él.

Con su mano derecha, el juez ordenó al acusado y a su abogado a ponerse de pié, lo cual hicieron con celeridad. Las sillas donde estaban sentados y la mesa se plegaron y desaparecieron por unas ranuras en el piso, las cuales se sellaron; como si nunca hubieran estado allí. El defensor guardó su carpeta en su cuerpo y se quedó solamente por si había que festejar una absolución, cosa que, en un gesto casi humano, dudaba en extremo. Mientras esto sucedía, los 12 jurados trataban de decidir cómo votarían.

Cuando finalmente el juez les ordenó:- Señores del jurado, emitan su voto, por favor -, cayó la desgracia: uno de los tubos fluorescentes estalló sin motivo alguno, creando una lluvia de pequeños cristales. Todos los humanos presentes, hasta el juez, levantaron instintivamente los brazos para protejerse la cara. Las frías cámaras registraron un voto unánime de culpabilidad.

Inmediatamente las palancas y ruedas de la justicia se pusieron en marcha. El abogado y el fiscal se apagaron y desaparecieron por trampillas en el piso. Sobre el juez cayó una campana de cristal y la tribuna del jurado se deslizó hacia atrás hasta que un panel cayó y la ocultó tras de sí. Unos grilletes aparecieron de la nada y agarraron al acusado por los tobillos, inmovilizándolo. Tal unanimidad determinó que la ejecución se haría allí mismo.

El techo se abrió y un chorro de aceite hirviendo cayó sobre el acusado. Él se retorcía, tratando de escapar, pero los grilletes lo tenían clavado al piso. Trataba de gritar, pero el bozal electrónico mantenía su garganta paralizada. El aceite era reciclado, recalentado y vuelto a tirar encima del ahora convicto.

Tras 10 minutos de este tratamiento, el convicto quedó despellejado e inmóvil en el suelo. Los sensores no registraban ya signos vitales. La sentencia había sido cumplida. El juez fue retirado también; sólo quedó el cuerpo inerte en el medio de la sala. Finalmente, varias trampillas se abrieron y por ellas ingresaron pragmáticos robots de limpieza.

- O -


El preso se sentó en su litera, cubierto de un sudor frío y agobiante, con la respiración agitada, los capilares contraídos, las pupilas dilatadas. Pasarían varios minutos antes de que se terminara de calmar; había sido todo tan real.

El guardia se acercaba ya por el pasillo, podía adivinarlo por el ruido de los pasos apagados aproximándose. La farsa de juicio empezaría en unos minutos. El acusado rogó que no hubiera explosiones repentinas en el momento de definir su veredicto.

1 Comments:

At January 20, 2010 6:25 AM, Anonymous Anonymous said...

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